Desde hace unos meses se ha desatado en Valencia y en otras localidades de nuestro país una verdadera "guerra del pan" con diversos establecimientos haciéndose ofertas y contraofertas de reducción del precio de venta la barra de pan. No voy a entrar a valorar la política comercial de aquellos que inician políticas de descuento. Evidentemente sus réditos obtienen cuando deciden bajar los precios frente a la competencia pero sepan que a la larga, esto sólo conduce a una espiral en la que nadie gana. No, ni el consumidor tampoco.
Existen dos tipos de políticas comerciales de precio. Unas son aquellas que debido a una ventaja tecnológica, unos menores costes, una mayor productividad, son capaces de reducir los costes de producción de algún bien o servicio y por ende el precio sin afectar su estructura de márgenes. (La historia del progreso económico se basa en buena parte en estos avances) Y luego están aquellas que simplemente deciden bajar los márgenes con el único objetivo de estar por debajo de la competencia, aun poniendo en riesgo sus márgenes y amenazando cualquier posibilidad de promoción, innovación, capitalización, etc...
Por supuesto, la segunda opción tiene una muy fácil réplica. Que tu competencia baje los precios. Y es cuando se desata una absurda guerra de precios. La cual muchos se apresurarán a remarcar que beneficia al consumidor. Pues no se crean porque cuando tu estrategia no se cimenta en una innovación ya sea técnica, organizativa o logística, ¿al final donde se va a proceder a recortar? No les quepa la menor duda que en producto.
Estas guerras de precios me parecen a veces una metáfora de España. Nuestra obsesión por el precio y nuestra incapacidad de aumentar nuestro valor o mejorar nuestra productividad nos lleva a tener empresas ofreciendo productos mediocres a precios irrisorios que a su vez no generan suficiente margen para apoyar ni soportar políticas de empleo o reinversión. Un círculo vicioso en el que permanecemos atrapados.