María San Gil como personaje político “per se” no me interesa. Reconozco tener cierta admiración hacia su persona pero como la que se le puede tener cualquier otro político que sea abiertamente anti-abertzale en el País Vasco, pero su mensaje político, ese “si no estas conmigo, eres pro-etarra”, me ha parecido siempre cargado de una insoportable superioridad moral . No obstante sí que observo con fascinación como se acrecienta un culto hacia su persona en el PP y en ciertos ámbitos mediáticos.
Como se puede ver en la infravaloradísima película “Elizabeth” , existen ciertas auras que despiertan la devoción y que convierten a los súbditos, seguidores o votantes en feligreses. Son mecanismos que actúan de forma irracional y con un profundo arraigo emocional. El sacrificio, el martirio, la penitencia son conceptos que asociados a personajes políticos generan unas reacciones muy viscerales de identificación aunque también de furibundo rechazo. María San Gil siempre ha operado a ese nivel de emoción, en el que se le ha valorado más por lo que ha representado que por sus logros o habilidades políticas.
El drama de María San Gil se representa en 3 actos como un tríptico religioso. Un primer acto marcado por el miserable asesinato por ETA de Gregorio Ordoñez que servirá como catalizador para su frontal rechazo no solo al nacionalismo vasco sino a cualquier atisbo de entendimiento con el mismo, un segundo acto central en el que abandona el PP y que se reescribe como la máxima traición dentro de su propio partido (Lo que no ha conseguido ETA, lo consigue Mariano Rajoy) y que ya le aupa dentro del imaginario de la Derecha como una doble mártir del terrorismo por un lado y de la supuesta miseria moral de un ala del PP y un tercer acto que se consuma con la redención, ascensión y canonización que supone la entrada a las FAES.
Aunque no se comparta sus ideas, no se puede dudar de la honradez e integridad de María San Gil en cualquiera de sus decisiones dentro de esta parábola política, pero quién no vea unos intereses muy determinados en convertir a esta persona en un símbolo arrojadizo es que peca de mucha inocencia. La veneración que despierta ha sido siempre instrumentalizada en un primer lugar contra las fuerzas políticas moderadas nacionalistas vascas ( O colaboracionistas, según la particular óptica de María San Gil) y en un segundo lugar contra la corriente de renovación de Mariano Rajoy ( O los traidores vendidos de su ex Partido).
Las urnas hablarán en las próximas elecciones vascas y veremos que da de sí la política Pop de Basagoiti, avalada por Rajoy, contra el frentismo de UPD y/o el culto a San Gil. No creo que tenga mucho que hacer Pignoise contra Juana de Arco. ¿ O sí ? (Aunque no creo que les importe mucho a un PP que siempre ha visto al País vasco como un altar donde sacrificar sus intereses en la región pero rentabilizarlos en el resto de España)
Como se puede ver en la infravaloradísima película “Elizabeth” , existen ciertas auras que despiertan la devoción y que convierten a los súbditos, seguidores o votantes en feligreses. Son mecanismos que actúan de forma irracional y con un profundo arraigo emocional. El sacrificio, el martirio, la penitencia son conceptos que asociados a personajes políticos generan unas reacciones muy viscerales de identificación aunque también de furibundo rechazo. María San Gil siempre ha operado a ese nivel de emoción, en el que se le ha valorado más por lo que ha representado que por sus logros o habilidades políticas.
El drama de María San Gil se representa en 3 actos como un tríptico religioso. Un primer acto marcado por el miserable asesinato por ETA de Gregorio Ordoñez que servirá como catalizador para su frontal rechazo no solo al nacionalismo vasco sino a cualquier atisbo de entendimiento con el mismo, un segundo acto central en el que abandona el PP y que se reescribe como la máxima traición dentro de su propio partido (Lo que no ha conseguido ETA, lo consigue Mariano Rajoy) y que ya le aupa dentro del imaginario de la Derecha como una doble mártir del terrorismo por un lado y de la supuesta miseria moral de un ala del PP y un tercer acto que se consuma con la redención, ascensión y canonización que supone la entrada a las FAES.
Aunque no se comparta sus ideas, no se puede dudar de la honradez e integridad de María San Gil en cualquiera de sus decisiones dentro de esta parábola política, pero quién no vea unos intereses muy determinados en convertir a esta persona en un símbolo arrojadizo es que peca de mucha inocencia. La veneración que despierta ha sido siempre instrumentalizada en un primer lugar contra las fuerzas políticas moderadas nacionalistas vascas ( O colaboracionistas, según la particular óptica de María San Gil) y en un segundo lugar contra la corriente de renovación de Mariano Rajoy ( O los traidores vendidos de su ex Partido).
Las urnas hablarán en las próximas elecciones vascas y veremos que da de sí la política Pop de Basagoiti, avalada por Rajoy, contra el frentismo de UPD y/o el culto a San Gil. No creo que tenga mucho que hacer Pignoise contra Juana de Arco. ¿ O sí ? (Aunque no creo que les importe mucho a un PP que siempre ha visto al País vasco como un altar donde sacrificar sus intereses en la región pero rentabilizarlos en el resto de España)
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