Oscuro en Alicante (Sergio Algora, Marzo del 2005)
Hoy me he levantado con la intención de pasear hasta el Noray y allí seguir leyendo el último libro de Philip Roth "El pecho" (trata de un hombre que una mañana se despierta convertido en un pecho de mujer de 77 kilos, vamos la versión erótica de "La metaforfosis").
El Noray es un bar situado en un embarcadero, totalmente construido con madera; puedes tomar tu vino mientras las olas son las manos que mecen la cuna de agua. Paso allí horas y horas bebiendo- también contemplando a los alumnos de la escuela de remo de Alicante, mirando la blancura sexual de los yates, envidiando la felicidad bonachona de pequeños budas de las boyas, despreciando a las gaviotas que hacen suya la basura que el viento arranca de las mesas del bar y deja descuidadamente sobre la superficie del mar-.
El Noray es uno de los lugares de la tierra donde soy feliz pase lo que pase. Pero la mañana ha amanecido con mal tiempo. Nubes y ráfagas de viento frío que, según me iba acercando al mar, hacían el día un poco inclemente. Así que nada de Noray. Y eso es la mierda que asola mi carácter: me pueden cortar en dos o dar una paliza. Pero no soporto no poder realizar mis pequeños deseos, mis fugas de Alcatraz en miniatura. No debe ser casual que la única línea de autobuses que une mi casa de Alicante con el centro, sea la ruta Tómbola-Cementerio. Inmejorable título para mi libro de memorias.
Hoy es uno de esos días en que desaparecer o suicidarse parecen los finales felices de nuestra película. Pero soy tan pusilánime que sólo podría desaparecer si dispusiera de una buena cuenta bancaria o fuese rentista, para así poder llevar a cabo mi ocultamiento en una tranquila isla griega. En mi caso me veo capacitado para el suicidio. Pero es mi vanidad la que me impide cortarme las venas: "con las cosas divertidas que me quedan por hacer", suelo pensar cuando por mi cabeza ronda la idea de tomarme 150 cápsulas de orfidal.
Así que me veo obligado a seguir en la brecha de unos días angustiosos y oscuros porque no me atrevo a terminar conmigo, con la farsa que nos hemos montado para desganarnos la vida. No es por pereza ni por apatía, ni siquiera porque me vayan mal las cosas; es simplemente una sensación de repetición monótona tanto en mis actos dolorosos como en los placenteros, una terrible percepción de nimiedad en las cosas importantes que afronto y un cegadora oscuridad que habita en cada palabra o pequeño hecho cotidiano que antes yo realizaba con normalidad.
Se me ha hecho vieja la vida y yo quiero seguir siendo un niño. No un Peter Pan. Un niño que llora en la oscuridad porque es lo oscuro lo único que teme, un niño que da un beso a su madre con un cariño que no se repetirá de mayor. Pero que también destripa ranas y apedrea a los perros.
La vida se gasta, se da de sí como la ropa y ya no nos queda bien. Tenemos que disfrazarnos para estar guapos y de eso tienen la culpa los días. Como un disco que hemos escuchado mil veces y que siempre decimos que es nuestro favorito aunque realmente ya nunca le hacemos caso y lo tenemos olvidado en la estantería, sin saber exactamente en que lugar soporta nuestra indiferencia: así acabará nuestro amor vivido. Cuando nuestra vida no sea ya vida. Sólo testimonio, grabación, fotos en un móvil viejo que ya se usa únicamente como eso, como álbum de viejas fotografías de una era digital en la fuimos jóvenes y nos arrancábamos el corazón del pecho hacia la noche.
Ahora ya no tenemos fuerzas. La vida nos ha sitiado y comemos lo oscuro. Yo me he hecho fuerte en mi castillo de Alicante. Pero no sé si resistiré hasta la siguiente escaramuza. Los lujos son tan pequeños, correrse una noche es tan parecido a correrse otra, ya no quedan diferentes marcas de licores, ni muchas playas donde ser un agente secreto. Creo que si el tiempo mejora por la tarde bajaré al Noray a beber, mientras gente igual que desgraciada que yo, pero con más posesiones, saca brillo a la cubierta de sus yates.
Extraido del blog de Sergio Algora de Club Cultura Fnac
PRONTO ME TOMARE UN GIN TONIC A TU SALUD
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